Lo que hace del verano una estación distinta es que además de hacernos vivir el presente de manera más consciente que durante el resto del año, evoca, en momentos de completa suspensión, otros tiempos que recuperamos con toda su intensidad. Momentos de felicidad, estados idílicos o de completa nostalgia que nos acercan a lo más remoto de nosotros mismos, reavivando aquello que durante el año queda incompleto, lo que borramos con las prisas. Pisamos lo que se ha pisado antes, respiramos donde ya lo hicimos, volvemos al lugar del que venimos.
En esta casa siempre decimos “vamos afuera” o “ya hay que ir adentro”. Y la percepción de fuera y dentro se invierte. Afuera, que durante el año es la realidad amenazante, aquí es la realidad del cielo abierto y acotado, por unos días nuestro; y el tiempo nos respeta, nos da espacio y solo nos envía adentro al acabar el día, provisionalmente, pues la llegada del día siguiente nos empujará otra vez afuera.
Y entre estos fuera y dentro se forja nuestra estabilidad, una estructura que nos da orden, que nos remite a un mundo más antiguo y más firme. Un mundo al que volvemos año tras año a comprobar si todas sus piezas siguen en el mismo sitio, siempre con la duda de por cuánto tiempo.
Dirección: Paula Giménez Monar